Me atrevo a decir que el ambiente está muy colorido. Mucha guirnalda y azúcar, muchas sonrisitas dulzonas y bailes por doquier, pero tampoco estoy hablando de un frenético pasar de estos días, no. Por suerte la heterogeneidad del asunto torna la pista algo más divertida y contundente (y hablo de suerte, aunque bueno, los golpes de suerte son tan pero tan relativos como las puestas de sol), descartando finalmente las etiquetas terminantes, limitantes.
A veces está bueno pintarla lejos de la clásica dicotomía alegría/bajón.
No incluyo en este baile a los amores. "Los" amores, "el" amor. El amor de estos tiempos no me cautiva, ya no me siento incluida; los noviazgos suponen muchas responsabilidades, pautas que determinan si ese noviazgo es o no es. Si no lo es, no es amor. Si es amor, hay reglas. Y si hay reglas, prefiero contarla en singular, los novios contemporáneos son como la apendicitis: una patología no muy difícil de amansar, pero sí muy molesta.
Gente, hay que mover los culitos y dejar que el amor sea libre (Musicalización para el momento: todo lo que suene a experimento, juego, onomatopeya, pandereta, la-do#, palmas, coritos y sunshine pop), ya se viene el fin del mundo, hagamos el amor en las calles que está bueno, no se retuerzan el telencéfalo.
L.
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