sábado, 6 de marzo de 2010

Reorganización

Las elecciones son algo elemental.
A través de ellas se rige la vida, el trayecto de una persona; el lugar, el modo, la forma. Y por más condicionado que esté el poder de elección, siempre se puede elegir dentro de esos términos.
Ciertas obligaciones son, en realidad, en base a las elecciones (yo elijo una vida de alta comodidad y por lo tanto, mi obligación es escalar hasta llegar a ser gerente de X empresa multinacional) que debemos tomar a lo largo de toda la existencia, en toda etapa, inicio, desenlace y fin.
A los dieciocho años y medio, a punto de iniciarme en los terrenos de la Universidad de Buenos Aires, ya sin el peso escolar (que implica materias y horas que no necesariamente son de agradar y a la vez compartirlas con gente que no necesariamente es de agradar), llegan las listas. Análisis, observaciones, conclusiones y todo acto de esa índole que conforma un proceso de asimilación, definición y asentamiento mental.
Hay cosas que se incorporan y cosas que se dejan volar, nomás.
Se incorpora, se mantiene o se quita, según el patrón (por así decirlo) que uno quiera adoptar. En realidad no se trata de adoptar un patrón, disculpen mi falta de expresión, sino que se trata de tomar lo que no arrastre bajón, aquello que sea menos complicado.
Dejar irse con el viento (con el tiempo) lo que no va más.
Y elegir entonces, qué es lo que quiero hacer y con quién, como se me de la gana, sin darle explicaciones a nadie, y a la vez elegir qué tipo de obligaciones son las que quiero para mí.


L.

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