miércoles, 18 de agosto de 2010

Publicar, escupir, vomitar, construir

Publicar, escupir, vomitar, construir párrafos de índole pseudodocumentalista no es tan fácil como parece. Si bien las crónicas de una mina de casi diecinueve años suponen ser una leve enumeración de hechos categóricamente insustanciales y mediocres (lo que análogamente puede llegar a ser un buen recurso para desembocar en la queja y acto seguido, a la búsqueda interior/exterior), cuando se es carente de razones para colgar un collage literario en este espacio cibernético es jodido. Y aparecen las preguntas comunes: ¿Por qué? y ¿Para quién?.
Para crear un poco, después de tantas cagadas y gente que tiene ganas de joder, para quejarme, para no salir a romperle la cara al almacenero, para meter un poco de lo mío en los ojos del que lo lea (aunque debo decir que ver el contador de visitas en aumento me da una sensación de vejámen algo rara), para variar entre tanta exacta que se viene taladrando en mi encéfalo (y mañana comienza la segunda parte de este suplicio facultativo, innecesario, destructivo, discriminador, maldito filtro). Para neutralizar la parte jodida de asumir lo que más me cuesta, fumarme un pucho y volver a la rutina.
Admito que en algún momento mi vínculo literario con el blog se transformó en una especie de relación de dependecia, pero jamás podría emitir ninguna clase de queja. Podría afirmar entonces que, después de todo, internet tiene su lado bueno. Detesto admitir que las cosas que sé que son nefastas y destructivas tengan un lado bueno. Será porque detesto las ambiguedades. Generalizando un poquito, puedo decir que tengo serios problemas con la ambiguedad, ya sean en términos etimológicos como de definición y empleo de la palabra.
La plata, por ejemplo, me trae esa clase de conflictos. Pero no conflictos conceptuales, sino materiales y eso me molesta muchísimo. A veces me siento algo hipócrita por necesitar lo que tanto repudio, que es la necesidad adquirida, y no la necesidad real. Detesto sentir que necesito dinero por simples frivolidades, pero a la vez pienso que la independencia monetaria es fundamental para ingresar al hermoso limbo de la madurez y la ciudadanía en su máxima expresión. Y ahí es cuando vuelvo a la maldita ambigüedad, a la falla del inconsciente, a la acción común y vulgar que se superpone sobre la convicción y las ideas que a diario me encargo de defender y reivindicar.
Siento que no estoy yendo al punto que me interesa, que es el de narrar hechos particulares. Y pensándolo bien, creo que no es el momento. Si el lugar, pero quiero esperar un par de lunitas más, porque el cambalache que se me vino encima es jodido de remontar. Ay, ay, ay, sí que hubo lindos tiempos, sí que los hubo. Me voy a charlar con mamá, que creo que me necesita más que viernes3-am.


L.


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