A veces me torturo pensando cuán dificil puede ser concebir los hábitos religiosos o volverse lesbiana. Creo que preferiría ser lesbiana, al menos no moriría sola y sin sexo dentro de una suerte de túnica de eterno celibato y castidad. Además, nunca me consagraría dentro de ningún orden que tenga algo que ver en mayor o menor medida con la nefasta institución eclesiástica. No, no hablo de castidad.
Me refiero a algún tipo de inmunidad. Algo que me ataje en el proceso causal y no en el efecto inmediato, irreversible.
Creo que eso es mucho más fácil que encontrar a alguien que se banque arpegios desprolijos que salen del alma a pesar del poco talento, que no salga corriendo al ver la imagen ridícula que represento al encontrarnos la lata de leche condensada, la cuchara sopera y yo, sumada en la placentera sensación de tolerar su empalagosidad abismal, o que juegue a la par mía a armar definiciones sumamente rebuscadas, de léxico avanzado y con poco sentido, barajar canciones al azar o cantar la traducción al inglés paupérrimo de las obras cumbres del rock nacional luego de una intensa dosis de Fernet ("Poor Fermín/he wants to be happy/he turns and turns around/in the mental hospital (JAJA)they'll give him/water, sun and bread/and a bird that keeps his name"; "I'm going to travel to Katmandu/I don't have visa, I can't get in there/I don't think she could imagine/how much I miss her").
¿Es tan difícil? Más que el simple hecho de pasar la barrera del año o por lo menos, hasta que a mí se me vaya el amor de encima -¡¡Basta de ésas torpes relaciones unilaterales y efímeras!!-. "El día que termine yo una relación voy a pagar alcohol para todos y voy a hacer el baile de la botella en pelotas", FIN.
L.
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