miércoles, 10 de febrero de 2010

Ochenta y seis mil cuatrocientos segundos

En una estación de servicio de localidad desconocida (sospecho que debía estar entre Rosario y Campana, así que calculen la poca noción) me aparté del auto y de las instalaciones de combustible para ir a fumar un pucho. Hacía calor, pero las nubes estaban al borde del llanto. En un momento como ése, en dicho lugar, mirando la ruta 9, los pensamientos suelen brotar desordenados y en mi caso, además de eso me preguntaba qué estaba haciendo ahí, en ese lugar que un mes atrás no hubiera imaginado ya que fue pura improvisación (todo plan al azar es encantador).
Y aparece una mariposa. Era chica, color naranja, típico "color mariposa" de esas que parece que tuvieran gajos de naranja rancios en cada una de sus alas. La brisa era algo mestiza, por momentos era más bien frenética, más parecida a un viento. Y las alas temblaban, estaba ahí, a mis pies.
Y fue ese segundo, ese terrible segundo que convirtió a esas alas en hojitas secas. Eran hojas color mariposa, o la mariposa que se vuelve hoja para defenderse del mundo, huérfana, cuando los segundos cobardes de la hora número veinticuatro terminan por abandonarla.


L.

1 comentario:

Grisela dijo...

me dan miedo las mariposas (?) jajaja mucho que no hablamos lu, espero que ande todo bien